Gonzalo Merino pide un café y enciende un cigarrillo, nos
sentamos en la terraza de una cafetería y charlamos mientras escuchamos el
sonido de los coches que pasan cerca de nuestra mesa. Gonzalo Merino vive en
Valencia, tiene cuarenta y siete años y una historia que contar.
Cuando era pequeño le encantaba la música, solía cantar en
el coche las canciones de Serrat y de Nino Bravo, además aprendió a tocar la
guitarra. “Elegí la guitarra por la vibración, el sonido y la dulzura. Mucha
gente desiste porque le duelen los dedos y a mí me daba igual, al final se te
hace un callo en la yema de los dedos y ya no duele”, explica. Aunque se
considera autodidacta, aprendió a tocar con la ayuda puntual de gente que sabía
y leyendo mucho. También trabajó el oído, escuchaba cintas de casette y sacaba
las canciones. “Si te empeñas, terminas tocando cualquier instrumento”, dice.
En los años 80, cuando tenía quince años, formó un grupo de heavy metal con su
primo para hacer versiones que se llamaba Camelot. Más adelante formó parte de
otro grupo de rock melódico, Consentimiento, entonces ya tenía treinta años.
“En ese momento decidí que la música tenía que ser mi forma de vida”, afirma.
Gonzalo Merino |
Merino era fontanero, una herencia de su padre, pero
ese oficio no le hacía feliz, quería ser músico profesional y decidió dejarlo
todo para empezar una nueva aventura laboral. Empezó en la orquesta El paso
cuando tenía treinta y dos años, luego consiguió entrar en la Metro orquesta donde estuvo
durante casi cuatro años, más tarde formó parte de la orquesta yin yang y por
último creó su propia orquesta con el nombre de Sombras. La primera temporada tuvieron
poco trabajo y, en la segunda que ya empezaban a tener contratos, cayó enfermo.
Tuvo que abandonar su trabajo y enfrentarse a una dura realidad, pero antes de
eso consiguió ser músico profesional durante trece años.
A pesar de que su vida dio un giro radical, Merino cuenta lo
que le sucedió con alegría y sin tabúes: “Tuve un herpes zoster en el oído y me
dieron una medicación contraindicada que provocó que el proceso se acelerase y viajase
por el sistema nervioso y saltase del oído al ojo derecho y al cerebro. Tuve
una trombosis, una retinosis necrotizante y un desprendimiento de retina”. Con
el ojo derecho no ve nada y con el izquierdo se defiende, porque después de
cuatro operaciones sigue más o menos estable. Al principio estaba muy enfadado
con los médicos, pero con el tiempo se calmó porque su único objetivo era
recuperarse de la trombosis. Fue muy duro porque no podía moverse, dedicó tres
años a la rehabilitación y, aunque ha mejorado mucho, todavía hay cosas que le
resultan complicadas. Han tenido que pasar cinco años para empezar a ser otra
vez quien era, sin embargo cree que nunca alcanzará a hacerlo todo porque lo
que antes hacía en quince minutos ahora le cuesta el triple. Pero es optimista,
o como diría él, es realista.
Merino luchó contra la trombosis, se adaptó a la ceguera y
se dedicó a la aceptación. “Es como pasar un duelo, hasta que lo aceptas y
entonces todo se hace más fácil”, asegura. También afirma que lo más difícil
fue aceptar la situación, porque aceptar una cosa es reconocer lo que te pasa y
asimilarlo es otra cosa porque requiere comprender los cambios interiores. “Es
muy duro y te cambia la vida por completo”, añade. Es difícil reconocer que uno
ha perdido todo lo que había conseguido con tanto esfuerzo, porque la vida
cambia y se generan muchas dudas e incertidumbres. “Lo único que te queda es
luchar”, declara.
La música lo es todo para Merino que, además de tocar la
guitarra en diferentes orquestas, un día empezó a componer sus propias
canciones. “Componer es intrínseco, si eres inquieto o creativo y tienes un
instrumento en tus manos, tarde o temprano te aburres de hacer ejercicios de
otros y pruebas con un acorde, luego una melodía, otro acorde y de repente un
verso y un estribillo y lo rellenas con una batería o un bajo...”, explica. Su
gran sueño sería volver a ser músico y recuperar el nivel que tenía antes
porque dar un concierto era para él sinónimo de satisfacción plena.
Merino ha aprendido que la vida nos ofrece muchas cosas
superficiales y que no sabemos apreciar lo realmente importante: la gente que
hay a nuestro alrededor, la salud y los sentidos que tienen un valor
incalculable. “la vida es una lucha constante y cuando tienes una fortaleza se
multiplica por diez ante la adversidad”, concluye. Porque Merino ya ve la luz
al final del túnel y no sabe si al otro lado encontrará un barranco o un prado
verde, pero lo importante es no perder las ganas de vivir y afrontar las
adversidades con una sonrisa en los labios.
Maria Sentandreu
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